Las campañas de vacunación frente al SARS-CoV-2 se iniciaron en las navidades de 2020. Tras meses de confinamiento, hay grandes esperanzas puestas en estas vacunas para poner fin a la pandemia. El precio en vidas humanas y la devastación económica han sido muy elevados.
La experiencia con las primeras dosis de vacunas administradas ha recogido casos ocasionales de anafilaxia, a menudo en personas con historia de alergias. Sin embargo, no se ha dado importancia a varios casos de diagnóstico de COVID-19 pocos días después de recibir la vacuna. En España se han descrito varios brotes de COVID-19 en residencias geriátricas donde se había administrado la vacuna esos días.
La experiencia con otros virus ARN y, de modo particular con el VIH (sida) y el virus de la hepatitis C (VHC), sugieren que la presión antiviral con fármacos inhibidores o con anticuerpos puede seleccionar virus resistentes. ¿Será distinto con el SARS-CoV-2?
Diferencias entre coronavirus y retrovirus
Una gran diferencia entre el VIH o el VHC, por un lado, y el SARS-CoV-2 por otro, es que este último produce una infección autolimitada y no cronifica. Sin embargo, en pacientes con profunda inmunosupresión se han descrito casos de replicación prolongada del coronavirus, incluso de varios meses. En estos pacientes se ha comunicado una significativa evolución genética del virus intra-individual a lo largo del tiempo, que refleja la mejor adaptación viral al huésped. Es el caso de la nueva cepa británica con la mutación N501Y además de otros 17 mutaciones, que es más transmisible.
Una segunda diferencia entre el virus del sida (y el VHC) respecto al coronavirus del COVID es que éste tiene una nucleasa correctora de errores en la replicación, que aumenta la fidelidad de copia y reduce la tasa de mutación. Sin embargo, esto no evita que la población viral tenga una relativa amplia diversidad genética y que se comporte con la dinámica de ‘cuasiespecies’. De este modo, hay variabilidad genética del SARS-CoV-2 en diferentes tejidos y a lo largo del tiempo alrededor de un genoma consenso. Esto significa que, de forma natural y en cada paciente infectado por coronavirus, pre-existen partículas víricas con todas las mutaciones posibles, entre ellas las que podrían producir resistencia a los antivirales y escape a los anticuerpos neutralizantes que evoquen las vacunas.
¿De qué protegen las vacunas actuales?
Las tres vacunas comercializadas hasta ahora frente al SARS-CoV-2 (Pfizer-BioNTech, Moderna y AstraZeneca) inducen inmunidad frente a la espícula del coronavirus. Todas han demostrado que reducen el riesgo de desarrollar formas graves de COVID-19. Es un dato importante y subrayan que reducirán el riesgo de colapso de los hospitales y una mortalidad elevada, como desgraciadamente ocurrió en la primera ola. Sin embargo, no se conoce si estas vacunas pueden prevenir la infección respiratoria y, más aún, si pueden reducir la transmisión del coronavirus.
Los vacunados podrían no evitar los contagios. A favor de ello está que la vacuna induce la producción de anticuerpos del tipo IgG, pero no evoca IgA, que son las inmunoglobulinas responsables de la inmunidad en mucosas, entre las que están las que protegen de infecciones en el tracto respiratorio superior.
Mejorar la eficacia de las vacunas
Para reducir el riesgo de selección de virus mutantes con menor susceptibilidad a la protección inmune que producen las vacunas actuales, es conveniente que se administren rápidamente y de forma masiva, para que la circulación del coronavirus SARS-CoV-2 se reduzca drásticamente. Si por problemas de stock, o planificación en la administración de dosis, etc. se enlentecen los programas de vacunación, se favorecerá la emergencia de cepas resistentes que, de modo progresivo, reemplazarán a las actuales. Desafortunadamente, entonces podrían infectarse y re-infectarse todos, tanto los no vacunados como los que recibieron la vacuna.
En previsión de los contratiempos que pueda haber con la primera generación de vacunas, parece conveniente estimular el desarrollo de vacunas que eliciten respuesta inmune frente a varias proteínas virales (y no solo la espicular) y que evoquen respuesta de anticuerpos IgA para proteger de la infección respiratoria. En este sentido, es prioritario investigar formas inhaladas de inmunización, por ejemplo mediante aerosoles.
Todas estas consideraciones que alertan sobre la falsa seguridad que puede acompañar a las primeras vacunas, no desmerece el gran triunfo que supone haberlas obtenido en menos de un año desde el inicio de la pandemia. Estamos a tiempo de maximizar su beneficio, pero hay que evaluar su grado de eficacia y seguridad con certeza. En cualquier caso, a la vez hay que diseñar un plan B por si los problemas de escape viral a las vacunas actuales se confirman.