Es de los romanos el aforismo latino “contra factum non valet argumentum«, que viene a significar que cuando la contundencia de los hechos es abrumadora, no es necesario argumentar nada. Lo evidente no necesita explicaciones. El problema puede surgir cuando lo evidente no me agrada. Lo esperable sería aceptarlo y, a partir de ahí, trabajar para mejorarlo. En la llamada ideología ‘woke’ se propone otra alternativa: la cancelación, o sea, tapar mis oídos y silenciar al resto, a la vez que se grita la proclama. Se trata de imponer la propia opinión, aunque se aleje de la realidad, ‘porque lo digo yo y punto’.
El término ‘woke’ procede del verbo inglés ‘to wake’, que significa despertar. El tiempo pretérito verbal viene a significar estar despierto. William Melvin Kelley, novelista y guionista de cine americano, acuñó el término en 1962, en un artículo del New York Times titulado “If You’re Woke, You Dig It”, haciendo referencia al despertar frente a la discriminación en la comunidad negra de Harlem. El diccionario inglés de Oxford lo incorporó en 2016. De ese significado de alerta respecto al racismo como injusticia social, se ha extendido el vocablo a la reivindicación de derechos para cualquier grupo minoritario.
La cultura ‘woke’ se ha propagado desde el mundo anglosajón a los medios de comunicación, colegios, universidades, empresas, sistema sanitario, etc. de todo el mundo. Filósofos como Jean-François Braunstein lo califican de paranoia o incluso terrorismo intelectual, por la violación que representa frente a la libertad de expresión y al respeto democrático que merecen las opiniones de otros. Es la dictadura de la cancelación.
La corriente de pensamiento ‘woke’ tuvo un primer momento de apogeo en Estados Unidos antes de la pandemia de COVID-19, con movimientos como ‘Black Lives Matter’ y ‘MeToo’. Reivindicaban el maltrato a la minoría de color y el abuso sexual padecido por mujeres. En los últimos años, este sentimiento ha sido utilizado por algunos partidos políticos y movimientos ciudadanos para defender políticas identitarias de colectivos LGTBI, poniendo especial énfasis en la minoría ‘trans’. De este modo, se ha pasado a censurar cualquier opinión discordante de una perspectiva ideológica identitaria que no sea feminista, transgénero y transracial. Esas otras opiniones pasan a considerarse ofensivas y discriminatorias.
De algún modo, el ‘wokismo’ es una nueva religión de la injusticia social. Es un movimiento secular en la lucha social contra la discriminación que puedan sufrir todo tipo de minorías. Tiene algo de puritanismo y moral, pero sin Dios (Andrew Doyle, 2022).
Hasta cierto punto sorprende que, en una sociedad posmoderna liberal, donde muchas opiniones son relativistas, pluralistas, inclusivas y tolerantes, haya podido abrirse paso la ideología ‘woke’, con un discurso único que desprecia al resto. Se censura cualquier opinión discordante. Se sobrevalora la concienciación frente a la injusticia social. El objetivo de los ‘wokes’ es “deconstruir” todo el patrimonio cultural y científico de la cultura occidental, acusándola de ser sexista, racista y colonialista.
Ante las críticas por manifestar otras opiniones, varios profesores universitarios han recordado que el diálogo y la argumentación enriquecen el conocimiento. Por el contrario, el autoritarismo dificulta y empobrece los avances culturales y el progreso. El profesor Tyler VanderWele, de la Escuela de Salud Pública de Harvard, ha subrayado recientemente la necesidad de escuchar a los que piensan de modo distinto (Public Health 2023). Recordemos las controversias que han surgido en Estados Unidos en relación a las personas que dicen ser ‘trans’ y acuden a competiciones deportivas o desean usar aseos femeninos. No parece que de ese modo se avance en la igualdad de derechos para sexos diferentes. No por mucho repetir o gritar con voz más alta, una proclama acaba convirtiéndose en realidad. Se produce un daño innecesario a la mayoría y no se soluciona el problema de las minorías.
Por miedo a ser descalificados o apartados, muchos profesionales competentes no levantan su voz frente a las proclamas ‘woke’. Está ausencia de oposición ha envalentonado a los ‘canceladores’ que, crecidos, han promovido iniciativas, normas y leyes que vetan la libertad de expresión y la objeción de conciencia (Linacre Q 2023). Se deniega incluso el derecho a manifestar el desacuerdo y a no querer secundar una acción que se considera éticamente inaceptable.
En el mundo sanitario esta situación de violación de la conciencia se ha reconocido sobre todo con las prácticas del cambio de sexo en menores. Como defienden algunos profesionales, te hacen decir y firmar lo que no piensas. Para los médicos, es evidente la diferencia entre sexo (biología) y género (orientación sexual) (Chiclana-Actis y cols. AIDS Rev 2023). La marcha atrás de países pioneros en el cambio de sexo en menores, como Inglaterra o Suecia, que han modificado la normativa tras revisar su experiencia, son muy clarificadores (Ludvigsson y cols. Acta Paediatrica 2023). No hay evidencia científica en el momento actual que ampare la hormonación cruzada para suspender la pubertad ni para el cambio de sexo en menores que, en algún momento, manifiestan disforia de género. Es una terapia experimental. Por el contrario, sí hay demostración de los efectos secundarios que pueden producir los bloqueantes puberales y la hormonación cruzada, algunos de ellos irreversibles (Hruz P. Acta Paediatrica 2023).
De igual modo, se ha criticado el silencio sobre el aumento en las infecciones de transmisión sexual (ITS) en la última década y, sobre todo, tras la pandemia de COVID-19 (AIDS Rev 2023). Hay una ausencia de compromiso en proporcionar información y educación veraz a los adolescentes en general y a los adultos de grupos de alto riesgo. Hay una complicidad en no subrayar las medidas de prevención más eficaces, escalonadas y adaptadas a la población más joven y/o vulnerable. Muchas suponen adquisición de hábitos sexuales más saludables y/o cambios de conducta.
Frente al ‘wokismo’ que impone idearios de forma autoritaria hay que mostrar la realidad tal como es y las evidencias científicas que tenemos. Lo contraintuitivo hay que argumentarlo. La carga de la prueba la tienen los ‘wokistas‘: son ellos los que tienen que razonar su opinión. El progreso no resulta de la imposición autoritaria y silenciar a los que discrepan.