La reciente retirada comercial de la vacuna de AstraZeneca frente al COVID-19 es una mala noticia. La compañía farmacéutica ha admitido que una pequeña proporción de pacientes vacunados sufren fenómenos trombóticos. Este efecto adverso ya fue comunicado a los pocos meses de su introducción (N Engl J Med 2021).
La vacuna de AstraZeneca fue muy utilizada en Europa durante el año 2021 y luego ha sido ampliamente distribuida en países del Tercer Mundo. Es más barata que las vacunas de Pfizer y Moderna, producidas con tecnología de ARN. La vacuna de AstraZeneca es más tradicional y utiliza virus recombinantes, en concreto, un adenovirus de chimpancé modificado genéticamente, que incorpora el gen de la proteína ‘spike’ del SARS-CoV-2. Una ventaja de la vacuna de AstraZeneca era que no requería un mantenimiento en frío tan intenso como el necesario para preservar las vacunas de Pfizer y Moderna.
Tras el anuncio de AstraZeneca, se han levantado de nuevo las voces de los anti-vacunas. Nada más lejos de la realidad el dudar de la eficacia de las vacunas frente al COVID-19. Contribuyeron de forma drástica a reducir la gravedad de la enfermedad en las personas infectadas más vulnerables, las hospitalizaciones y las muertes (Int J Infect Dis 2021).
En cualquier caso, hay otra forma de combatir al SARS-CoV-2 y es mediante el uso de antivirales. El primer fármaco aprobado frente al coronavirus fue el remdesivir, un inhibidor de la polimerasa viral. Sin embargo, es solo de uso hospitalario porque se administra por vía intravenosa. Además, su actividad inhibitoria del coronavirus es solo moderada.
Más recientemente se han aprobado otros antivirales, pero de administración oral, como el molnupiravir y el nirmaltrelvir. Los comprimidos tienen la ventaja de poder administrarse en el domicilio de los pacientes y reducir la tasa de hospitalización. Se prescriben solo durante 5 días. Sin embargo, el molnupiravir tiene poca eficacia antiviral y el nirmatrelvir requiere la coadministración de ritonavir para alcanzar concentraciones inhibitorias adecuadas. De forma indeseable, el ritonavir puede producir interacciones farmacocinéticas con otros medicamentos, de modo que muchos pacientes no pueden tomar nirmatrelvir/ritonavir (AIDS Rev 2022).
Se han desarrollado nuevos antivirales orales frente al SARS-CoV-2, que han demostrado reducir la replicación viral de forma más intensa y, de ese modo, disminuir la gravedad de los síntomas y la contagiosidad (Lancet Infect Dis 2024). El ensitrelvir es un inhibidor de la proteasa del coronavirus, como el nirmatrelvir, pero tiene una vida media más larga y no requiere acompañarse de ritonavir. Ya ha sido aprobado en Japón.
El mindeusivir es un inhibidor de la polimerasa del coronavirus, es bien tolerado y apenas tiene interacciones farmacológicas. Ya ha sido aprobado en China. Además, se está evaluando si la terapia combinada con varios de estos antivirales puede ofrecer ventajas, tanto en términos de prevención como de tratamiento, sobre todo en los pacientes más vulnerables.
Han pasado 4 años desde el aislamiento domiciliario forzado por la pandemia de COVID-19. Fue una experiencia sin precedentes. Afortunadamente, la situación ha mejorado y el SARS-CoV-2 se ha convertido en uno más de los virus que causan infecciones respiratorias cada otoño. Las autoridades sanitarias han recomendado la vacunación combinada frente a influenza y COVID. Sin embargo, la reticencia frente a las dosis de recuerdo vacunales va en aumento. Es deseable disponer de alternativas protectoras frente a COVID-19 más allá de las vacunas. El arsenal de antivirales orales frente al SARS-CoV-2 debe crecer y el beneficio de combinar cursos cortos de tratamiento (5 días) debería investigarse.