El diagnóstico de infección pasada por el coronavirus se ha vuelto crucial para volver al trabajo. Desde hace más de un mes vivimos en confinamiento domiciliario. Hemos dejado nuestras empresas y, los que podemos, procuramos continuar con teletrabajo. Nuestros hijos no van al colegio, no podemos salir a pasear, ni hacer deporte, hacemos colas en el supermercado, etc. Todo de película de ciencia ficción. Difícil de creer si nos lo hubieran contado. ¿Cuánto durará esta pesadilla?
El tsunami del COVID-19
A finales del año pasado, China comunicó un brote de casos de neumonía atípica refractaria, esto es, sin causa conocida y sin respuesta al tratamiento habitual. En enero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó del riesgo de epidemia, conforme se extendía la enfermedad por China y otros países asiáticos. A finales de mes, la OMS declaró el estado de pandemia y alerta mundial. Ya había casos en más de 15 países, entre ellos algunos de Europa y en Estados Unidos. A día de hoy, se han comunicado cerca de dos millones de casos confirmados de COVID-19 y más de 120.000 fallecidos en todo el mundo.
Las cifras son espeluznantes. El número real de casos y de fallecidos es mucho mayor, porque las pruebas diagnósticas no han estado disponibles en muchos lugares. Todo ha ocurrido muy rápido, en menos de tres meses. Ahora, todo está parado. Con los días, la sorpresa inicial va dejando paso al desasosiego. No vemos una luz clara al final del túnel. Desconfiamos. Las noticias en la TV, en la prensa, en las redes… todo va de lo mismo: el coronavirus.
La realidad médica del COVID-19
Los datos médicos son más objetivos. COVID-19 es una nueva enfermedad infecciosa. Dicen que se parece a una gripe, pero es más intensa y prolongada. El agente causal es un nuevo coronavirus, denominado SARS-CoV-2, ya que se parece mucho al del SARS, otra pandemia que nació en China en 2002 y que se pudo controlar en menos de un año. No hay vacuna y nadie tiene inmunidad frente al nuevo coronavirus, de modo que todos podemos infectarnos. Todos significa los 7,7 billones de personas del planeta.
COVID-19 es una infección aguda, autolimitada, esto es, que dura 7-10 días y generalmente se cura. Se transmite por las gotas que se expulsan al estornudar. De forma global, la mortalidad es inferior al 2%. Las formas graves se dan sobre todo en ancianos. De los 17.000 fallecidos por COVID-19 que se han comunicado en España, más de un 80% tienen más de 80 años. La mortalidad ha sido especialmente elevada en residencias geriátricas, donde muchos ancianos han fallecido ‘con’ el virus más que ‘por’ el virus. Sus médicos, enfermeras y cuidadores no estaban para darles su medicación habitual (insulina, anticoagulantes, etc.), porque estaban enfermos o en cuarentena por COVID-19.
En los hospitales españoles, la avalancha de pacientes con fiebre y/o tos a mitad de marzo fue impresionante, sobre todo en grandes ciudades. No había precedentes. Faltaron boxes en urgencias, camas de hospitalización, de cuidados intensivos, etc. No había suficiente material de protección individual (guantes, mascarillas, batas desechables, etc.). Como resultado, muchos de los médicos y enfermeras nos infectamos, justo cuando más necesarios éramos para el gran número de pacientes que venían. Fueron días terribles. Fallecieron muchos pacientes, sobre todo ancianos, en los pasillos de urgencias o en los geriátricos. Además, las medidas de aislamiento impidieron que los familiares pudieran acompañarlos en sus últimos momentos y, después, en su entierro. Los gallegos dirían: ¡nunca mais!
El fracaso para frenar al COVID-19
No se tomaron medidas a tiempo para contener la crisis sanitaria. Se desoyeron las noticias que llegaban de China y de Italia. Sin embargo, la respuesta tras el tsunami inicial ha sido satisfactoria. Se cerraron colegios y universidades, se suspendieron congresos y viajes, se cerraron empresas y, por último, se confinó a la población a sus casas. Ha pasado un mes y las cifras, por fin, han dejado de crecer exponencialmente. Hemos alcanzado la tan anhelada meseta. Hay esperanza de que la epidemia esté enfriándose.
Aunque el impacto sanitario de COVID-19 no tiene precedentes, cada vez toma más fuerza la conciencia del daño económico asociado. En un país turístico como España, el silencio de esta Semana Santa ya se ha hecho sentir con crudeza. Hoteles, playas, restaurantes, espectáculos, etc. Todo cerrado o vacío. ¿Qué va a pasar? ¿Cuándo va a volver la normalidad? No podemos continuar así más tiempo.
Tests diagnósticos de COVID-19
Para volver al trabajo sin riesgo de contagiarnos ni de transmitir el coronavirus a otros -si lo tenemos-, sólo hay un modo de saberlo. Hemos de hacernos las pruebas del coronavirus. Hay dos tipos de tests, el de PCR que diagnostica infección aguda; y el de anticuerpos, que diagnostica infección pasada y curada. Los tests de PCR examinan muestras de un exudado nasofaríngeo y los resultados están disponibles tras unas 6 horas. La PCR debe hacerse a todos los que tienen síntomas, para valorar su gravedad y para aislarlos. Por otro lado, las pruebas de anticuerpos son tests rápidos en sangre capilar (pinchazo con lanceta en el dedo) y proporcionan resultados en 10 minutos. Puede hacérselas cualquiera para saber si ha estado infectado, ya recuerde síntomas compatibles o sin ellos, esto es, que lo pasara de forma asintomática.
En la figura se recoge la evolución de los marcadores de infección del COVID-19. Antes de los síntomas ya puede ser positiva la PCR, que refleja replicación activa del virus (y contagiosidad). Los anticuerpos aparecen días después, primero IgM y luego IgG. Los de tipo IgM no duran mas de dos semanas. Los de tipo IgG permanecen durante años y reflejan inmunidad (protección).
Vuelta al trabajo sin riesgos
Hoy lunes 13 de abril, muchos hemos vuelto al trabajo. Hay que llevar mascarillas, cuidar las distancias mínimas y la higiene de manos. Pero falta lo más importante: necesitamos tests de anticuerpos frente al COVID-19 para volver al trabajo sin riesgos. Lo decimos los médicos y lo dicen grandes organizaciones de otros países, como Estados Unidos. El Instituto Americano de Empresas (AEI) ha publicado una guía excelente para el retorno al trabajo. En base a evidencias científicas claras y consciente de la urgencia económica para muchas familias, establece unos principios para la vuelta escalonada y segura a la actividad laboral cuanto antes. La disponibilidad de pruebas de anticuerpos frente al coronavirus del COVID-19 es indispensable.
Es previsible que muchas personas sean seropositivas, aunque no recuerden haber tenido síntomas. Esos están inmunizados y no pueden padecer de nuevo la infección. Tampoco pueden contagiar a nadie, puesto que ya lo pasaron y están curados. Pueden volver al trabajo, el que sea. Para los que tengan un resultado negativo, el retorno al trabajo debe hacerse con las precauciones de contagio que ya son bien conocidas. En cualquier caso, su riesgo de contagio va a ser menor que en las semanas previas, puesto que el número de enfermos ha caído rápidamente. Además, si enferman, los servicios sanitarios ahora si están preparados y no están colapsados.
El fin de la pandemia todavía está lejos, pero la vida debe continuar. Hemos pagado un alto precio, pero hemos dado lo mejor de nosotros para salir adelante y ayudar a nuestras familias y a nuestra sociedad. Tras sentirnos vulnerables como nunca, tenemos que estar orgullosos por nuestra solidaridad y fortaleza ante la adversidad.