Las vacunas frente al COVID-19 son la mayor esperanza para poner fin a la pandemia. A finales de febrero de 2021, el número de infectados por SARS-CoV-2 ascendía a 115 millones y el de fallecidos a más de 2,5 millones. De forma inevitable, la pandemia de COVID-19 se parece cada vez más a la trágica gripe de 1918, que produjo más de 50 millones de muertos.
A pesar del éxito que ha supuesto el desarrollo de vacunas eficaces frente al SARS-CoV-2 en apenas un año, la vacunación está siendo mucho más lenta de lo deseable. Por otro lado, la reciente descripción de mutantes del coronavirus con menor sensibilidad a las vacunas debe suponer un estímulo más para vacunar cuanto antes y a cuanta más gente mejor. De otro modo, la coexistencia de circulación viral activa y presión inmunitaria parcial a nivel poblacional es el caldo de cultivo ideal para la selección de virus resistentes. Esas variantes de escape inmune podrían ocasionar reinfecciones, tanto en los vacunados como en los que superaron un primer episodio de COVID-19.
Por todo ello, es urgente la compra de vacunas suficientes y que se administren cuanto antes. Por ello, son bienvenidas iniciativas como la del Colegio de Médicos de Madrid, que ha recurrido a un gran número de médicos voluntarios para acelerar la vacunación frente al COVID-19 desde la semana pasada.
Nuevas variantes del SARS-CoV-2
Tras la descripción de la cepa de Wuhan enero de 2020, a los pocos meses se observó que una mutante D614G la había reemplazado en las nuevas infecciones en muchos lugares del planeta. Se trataba de una variante mucho más transmisible (Baric et al. N Engl J Med 2020; 383: 2684-6).
Desde entonces son tres las principales nuevas mutantes del SARS-CoV-2 que preocupan. Primero, la mutante las portadoras de la mutación N501Y, asociada a mayor transmisibilidad, como la denominada cepa británica. En segundo lugar, las mutantes E484K, asociadas a menor sensibilidad a los anticuerpos neutralizantes (Volz et al. Cell 2021). Por último, las variantes de Sudáfrica y de Brasil, portadoras de ambas mutaciones N501Y y E484K. Hay que señalar que casi todas estas variantes han aparecido en lugares distintos casi a la vez, de modo que reflejan una vía común de escape viral y adaptación del coronavirus a la población humana.
A finales de 2020, tras la segunda ola de COVID-19, no más de un 20-25% de la población se había infectado, tal como sugieren los estudios de anticuerpos en lugares con alta tasa de infección, como Madrid (Soriano et al. Int J Infect Dis 2021). La tercera ola que hemos vivido en enero-febrero en España ha coincidido con el inicio de las campañas de vacunación, de modo que a partir de ahora los estudios de anticuerpos ya no nos permitirán discriminar quiénes tienen inmunidad por haber sido infectados o vacunados.
Antivirales frente al SARS-CoV-2
Para otros virus ARN, como el VIH (sida) o el virus de la hepatitis C, no tenemos vacunas pero sí antivirales que han permitido controlar esas pandemias. Por tanto, parece necesario priorizar la búsqueda de antivirales frente al SARS-CoV-2, que complementen el beneficio protector de las vacunas. En la infección por VIH, los antirretrovirales no erradican el virus, pero permiten que el paciente tenga una esperanza de vida normal y que no infecte a otros (Rodger et al. JAMA 2016; 316: 171-81). Además, en personas no infectadas con conductas de riesgo reducen el riesgo de contagio drásticamente (Benítez-Gutiérrez et al. Expert Rev Clin Pharmacol. 2018; 11: 507-17). Se denomina profilaxis pre-exposición (PrEP).
Imaginemos que disponemos de un antiviral eficaz frente al SARS-CoV-2. Podría ser beneficioso en dos situaciones. En primer lugar, en las fases iniciales de la infección (Griffin et al. AIDS Rev 2021), bloqueando la replicación viral en el tracto respiratorio y, de este modo, reduciendo el riesgo de neumonía y de contagio a otros, al disminuir la carga viral y el inóculo emitido (Guallar et al. Int J Infect Dis 2020; 97: 290-2).
En segundo lugar, un antiviral que pudiera administrarse por vía intranasal podría proteger del contagio en personas con alto riesgo de exposición. Es el caso del personal sanitario o en el ámbito familiar de los recién diagnosticados (Thompson et al. Clin Infect Dis 2021). No sabemos por cuanto tiempo y en qué medida es eficaz la inmunidad elicitada por una infección pasada o por las vacunas.
Por todo ello, la investigación de antivirales debe priorizarse y son bienvenidos estudios como el recientemente publicado con plitidepsina (Aplidin) (White et al. Science. 2021; 371: 926-31). Como hemos aprendido del manejo de la infección por VIH, las formulaciones de antivirales de liberación prolongada podrían actuar como ‘quimiovacunas’ (Kulkarni et al. Nat Mater. 2020; 19: 910-20; Soriano et al. Nat Mater. 2020; 2020; 19: 826-7).