¿Habrá una segunda ola de COVID-19?

La ola del COVID-19 ha sido como un tsunami. Nos ha cogido por sorpresa y ha sido devastadora. El estupor y la tragedia han durado 4-6 semanas y, a continuación, han dejado un sentimiento de impotencia, dolor y temor. En España, a finales de abril se habían comunicado más de 250.000 casos confirmados y cerca de 25.000 fallecidos. Dada la escasa disponibilidad de pruebas diagnósticas durante largo tiempo, se estima que las cifras reales deben ser varios múltiplos de 10.

En Nueva York, donde el brote de casos llegó con dos semanas de retraso respecto a Madrid, un estudio en una muestra representativa de 3.000 ciudadanos, demostró que a mediados de abril un 14% de la población del estado tenía anticuerpos. Eso significa que ya lo habían pasado, muchos de ellos de forma asintomática. La tasa de infección alcanzaba el 22% en la ciudad de Nueva York, donde fue particularmente virulenta la epidemia los primeros días de abril.

El confinamiento en los domicilios y el aislamiento social son eficaces para reducir la tasa de contagios, pero no pueden prolongarse más allá de 1-2 meses. Las consecuencias económicas y mentales lo hacen imposible. Vamos a volver al trabajo más pronto que tarde, pero lo haremos de forma distinta, tal como hemos señalado en un webinar reciente.

Pruebas de anticuerpos

Los tests de anticuerpos ayudaran a identificar a los que tienen inmunidad y pueden volver sin riesgos. En cualquier caso, en muchos sectores laborales más del 80% de empleados continuarán siendo negativos para los anticuerpos y continuarán siendo susceptibles de infectarse. Por tanto, el test de anticuerpos no será de gran ayuda en estos primeros momentos, de modo que el retorno progresivo a los puestos de trabajo probablemente deberá guiarse por otros criterios, como edad, patologías de riesgo y posibilidad de teletrabajo (Soriano & Corral. Ther Adv Infect Dis 2020).

Cosa distinta son algunos colectivos como el personal sanitario, que podría tener hasta un 40% de personas ya expuestas en grandes ciudades, como Madrid y Barcelona.

¿Vuelta a la normalidad?

Respecto al ocio, por el contrario, volveremos más tarde que pronto. El temor a una segunda ola de casos y un repunte del COVID-19, van a frenar los desplazamientos, viajes a otros países, restaurantes, espectáculos, celebraciones multitudinarias, congresos, festejos populares, etc. Para los españoles, acostumbrados a ‘cerrar’ en agosto, la disponibilidad de vacaciones es previsible que adopte un modelo más anglosajón, con periodos más breves distribuidos a lo largo del año y en épocas diferentes cada familia.

La segunda ola de COVID-19 que, de forma previsible, acompañará a la salida del confinamiento domiciliario, no tendrá la virulencia de la primera ola del tsunami. Los servicios sanitarios ahora están más preparados y los nuevos casos podrán ser mejor atendidos, sin colapsos en urgencias, con camas hospitalarias y de intensivos. Más importante, ahora muchos médicos y enfermeras vuelven a estar disponibles, tras superar la enfermedad y/o la cuarentena. 

Entramos en una nueva era post-COVID-19. La elevada densidad de población en algunas regiones del planeta, la escasa higiene personal y social, junto a la estrecha convivencia con animales domésticos y salvajes en China y otros países, son los tres determinantes principales de una zoonosis. Son el caldo de cultivo para que un virus “salte” del reservorio animal a los humanos y cause una pandemia sin precedentes. 

En este siglo XXI ya tuvimos avisos en 2002 (SARS) y en 2012 (MERS). El nuevo coronavirus, denominado SARS-CoV-2, es mucho más transmisible y aunque su letalidad es menor, puede afectar a toda la población puesto que no hay inmunidad previa. La trágica cifra de vidas que se han perdido en 1-2 meses ha sido más el resultado de una atención médica subóptima que de una virulencia particular del virus. La mayor esperanza debemos ponerla en una vacuna protectora, aunque es improbable que la tengamos antes de Navidad.