¿Habrá nuevo confinamiento si aumentan los brotes de COVID-19?

Tras meses de confinamiento, la salida a las calles y los desplazamientos se han seguido de brotes de COVID-19 en diferentes lugares de España. Ahora disponemos de tests de PCR suficientes para casi todas las sospechas. Por tanto, los infectados se identifican fácilmente, incluyendo muchos que son asintomáticos. Los pequeños brotes se han controlado con la identificación de casos, pruebas diagnósticas y aislamiento o cuarentena. Sin embargo, los brotes masivos han forzado re-confinamientos de grandes zonas, como en Lleida.

Paradoja del COVID-19: pocos infectados a pesar del tsunami

Los brotes son la consecuencia inevitable de retomar las calles, cuando gran parte de la población todavía no está inmunizada. El estudio español ENE-COVID, que ha incluido 61.075 participantes ha concluido que solo el 5% de la población española se ha infectado por SARS-CoV-2 (Pollán et al. Lancet 2020). Sin embargo, en grandes ciudades como Madrid, la cifra supera el 15%, sobre todo porque el estudio no consideró personas que viven en comunidades no familiares, como son las residencias geriátricas, donde ha habido tasas de infección mucho más elevadas (Soriano et al. Clin Infect Dis 2020).

La llegada de extranjeros, ya sean turistas, temporeros del campo o inmigrantes ilegales que llegan en pateras, ha puesto de nuevo en circulación el coronavirus en España. Se había extinguido casi por completo tras meses de confinamiento estricto, como en muy pocos otros países. Ahora hay un riesgo elevado de que COVID-19 resurja en España.

Confiábamos en el verano para contener la pandemia, pero el buen clima sólo reduce -sin eliminar- la transmisión del SARS-CoV-2. El coronavirus de COVID-19 es poco estacional (Sajadi et al. JAMA Network Open 2020), pero los humanos sí lo somos. Es la realización de actividades en espacios abiertos y el efecto desinfectante de la exposición solar los que ayudan a reducir los contagios en verano. Ayudan también los nuevos hábitos de distanciamiento social, con uso de mascarillas, higiene de manos frecuente y ausencia de contactos interpersonales (abrazos, besos, etc.). La exposición a grandes inóculos de virus es ahora infrecuente. Fueron estos episodios los responsables de la transmisión comunitaria en la primera ola de COVID-19 (Guallar et al. Int J Infect Dis 2020).

La infección por SARS-CoV-2 protege: inmunidad ‘de rebaño’

Es muy improbable que antes de Navidad esté disponible una vacuna protectora de la infección por SARS-CoV-2. De igual modo, es inevitable que haya brotes de casos hasta que se alcance un umbral suficiente de protección en la población, esto es, la inmunidad de rebaño (Randolph & Barreiro. Immunity 2020). Las nuevas estimaciones cifran en menos del 50% la proporción de inmunizados de forma natural necesaria para frenar la epidemia (Britton et al. Science 2020).

La mayoría de personas que se infectan desarrollan anticuerpos. De forma global un 70% son asintomáticos. La presencia de anticuerpos confiere inmunidad, esto es, protección frente a una nueva exposición, de modo que no hay reinfecciones al menos durante 1-2 años, tal como han demostrado estudios en macacos (Deng et al. Science 2020). Con fortuna, es tiempo suficiente para que podamos disponer de una vacuna.   

Los brotes actuales afectan sobre todo a personas más jóvenes. La proporción de casos graves y la mortalidad son muy bajos (inferior al 0,5%). Nada que ver con lo que ocurrió en marzo y abril, durante la primera ola del tsunami, cuando la COVID-19 hizo estragos entre la población más vulnerable, sobre todo en ancianos y en las residencias geriátricas (Soriano & Barreiro. Ther Adv Infect Dis 2020).

La exposición a inóculos pequeños del coronavirus se asocia a formas leves o asintomáticas (Guallar et al. Int J Infect Dis 2020). Algunos de estos pacientes con pocos síntomas no desarrollan anticuerpos o bien los pierden con prontitud. Pues bien, investigaciones recientes sugieren que en estos casos también se produce memoria inmune (Sekine et al. bioRxiv 2020), de modo que hay protección parcial frente al COVID-19. Esta es la experiencia en Italia, donde la pandemia ha adquirido una benignidad que no se explica de otro modo.

Hay que evitar la vuelta a confinamientos masivos

El confinamiento universal fue una medida desesperada. Ahora puede programarse una protección más inteligente de las personas más vulnerables. El drama de marzo y abril fue el resultado de una coincidencia desafortunada y abrupta de contagios en ancianos y hospitales no preparados (Soriano & Barreiro. Ther Adv Infect Dis 2020).

Fueron muchos los sanitarios -médicos y enfermeras- que se pusieron enfermos o estuvieron de baja por cuarentena, en gran medida porque no se disponía de material de protección suficiente (mascarillas, guantes, batas desechables, etc.). La avalancha de pacientes desbordó los hospitales y la atención fue a menudo subóptima.

Ahora disponemos de material de protección sanitaria, sabemos tratar mejor COVID-19, con dexametasona y remdesivir los casos graves (Beigel et al. N Engl J Med 2020), podemos adaptar con rapidez espacios hospitalarios en función de la demanda y medicalizar hoteles. Y, sobre todo, las residencias geriátricas están mejor atendidas.

Los daños del confinamiento prolongado son devastadores en la economía y, peor aún, en la personalidad. Los humanos somos sociales y precisamos la estimulación derivada del contacto con otros. Esto es fácilmente reconocible en los niños, en los que el aislamiento perjudica el desarrollo psicomotor y cognitivo; pero también en los ancianos, donde la ausencia de estimulación acelera el deterioro asociado a la edad (Serafini et al. QJM 2020).

Proteger a los más vulnerables a COVID-19

En resumen, dado que no podemos mantener el confinamiento de forma indefinida y debemos evitar los re-confinamientos, hay que idear nuevas formas de recuperar la normalidad sin poner en riesgo la vida de nuestra población más vulnerable. Recogemos cinco medidas.

  1. Reforzar los sistemas sanitarios, asegurando que haya suficiente personal sanitario y equipos de protección, además de camas de hospitalización y de intensivos.
  2. Priorizar la atención sanitaria a los dependientes, incluyendo las residencias geriátricas y los ancianos que viven solos. 
  3. Idear pruebas diagnósticas rápidas (POC, point-of-care). Deben poder realizarse por el propio sujeto, en saliva, ser baratas y de venta en farmacias. En otras palabras, como un test de embarazo. Deberían poder repetirse tantas veces como sea necesario, para aislar pronto los nuevos casos positivos y saber quién está inmunizado.
  4. Reafirmar las medidas de distanciamiento social en la convivencia (mascarillas, evitar contactos físicos, limpieza de manos frecuente, actividades en espacios abiertos, etc.).
  5. Recordar que las personas con síntomas sospechosos (tos, fiebre, cefalea, etc.) no deben salir de su domicilio y aislarse en lo posible hasta que se confirme o descarte COVID-19.

Para ayudar a vivir la responsabilidad personal en la contención de la pandemia, es necesario que la información que circula sea veraz y útil para la población general. Sobran demasiadas opiniones poco rigurosas, que despiertan ansiedad, temor e incertidumbre en lugar de aclarar dudas. Desde UNIR, deseamos contribuir a transmitir educación de excelencia. Hemos puesto en marcha un Curso Universitario de COVID-19. Las clases se imparten online y tiene una validez de dos créditos. En el claustro de profesores figuran muchos de los expertos nacionales en COVID-19.