¿Se está volviendo COVID-19 menos virulenta?

La pandemia de COVID-19 continúa su expansión, ahora sobre todo por América Latina y África, pero el número de casos ha disminuido drásticamente en Europa. Se estima que el confinamiento y el distanciamiento social han reducido la transmisión del coronavirus cerca de un 80%.

Como se trata de una infección autolimitada -que no dura más de 1 a 3 semanas- y no hay cronicidad, muchas de las cadenas de contagio se han abortado con un confinamiento de 6 semanas. En muchos lugares de Europa apenas hay infecciones activas, a diferencia de lo que ocurrió en marzo. En España, se comunican menos de 50 nuevos infectados diarios desde el 1 de junio.

La recuperación escalonada del ritmo normal, con mascarillas, actividades en espacios abiertos (favorecido por el clima veraniego), evitando la proximidad, el aislamiento de sintomáticos y la cuarentena de contactos ayudarán a evitar un rebrote de COVID-19 al menos hasta el próximo otoño-invierno.

Una segunda ola nunca será como el primer tsunami de COVID-19 de marzo y abril. El sistema sanitario ahora está preparado, con suficientes médicos y enfermeras que ya no están enfermos ni en cuarentena, y que tienen material de protección. Además, hay más camas en urgencias, en planta y, sobre todo, en las unidades de cuidados intensivos. Por otro lado, hemos aprendido a tratar mejor la enfermedad. Por último, se han puesto en marcha medidas para asegurar una adecuada atención en las residencias geriátricas, donde ocurrieron más de una tercera parte de todos los fallecimientos por COVID-19.

Menos casos, pero sobre todo menos fallecidos

En las últimas semanas las cifras de nuevos infectados por SARS-CoV-2 ha caído drásticamente, pero más impresionante es la reducción del número de fallecidos, menos de 5 diarios. ¿Se ha vuelto el coronavirus menos virulento? No hay evidencia de que se hayan seleccionado mutaciones que disminuyan su patogenicidad, aunque la adaptación del coronavirus a la especie humana haga previsible que esto ocurra con el tiempo y que pase a ser un virus más de los catarros invernales.

Si COVID-19 es menos letal, la desescalada y la restauración de la normalidad podrían acelerarse. La recuperación económica es una urgencia para todos, ciudadanos y gobiernos. En realidad, el miedo al COVID-19 es por su potencial gravedad y no por su contagiosidad. Así ocurrió con la pandemia de gripe porcina del año 2009, ocasionada por una nueva cepa H1N1. A pesar del temor inicial, no causó la crisis sanitaria que hemos vivido con COVID-19 porque producía mayoritariamente cuadros benignos. Eso sí: era muy transmisible.

El inóculo viral determina la gravedad de COVID-19

La menor letalidad de COVID-19 en las últimas semanas parece depender de que muchas de las nuevas infecciones ocurren por inóculos pequeños, a diferencia de lo que ocurrió en marzo, cuando no había distanciamiento social. Entonces nos dábamos abrazos y besos, pasábamos horas juntos en espacios cerrados y no se aislaba a nadie con tos o fiebre.

Hay una relación directa entre el grado de exposición al SARS-CoV-2 (concentración del virus en el entorno y durante cuanto tiempo) y las posibilidades de contagio y, si éste ocurre, con el riesgo de padecer formas graves de COVID-19, incluyendo neumonía, trastornos cardiovasculares y episodios tromboembólicos.

Estamos avanzando en la desescalada y algunos temen infectarse. A la vez hay urgencia por volver a la normalidad para mitigar la grave crisis económica que se avecina. En ultima instancia, la vuelta a la normalidad y la pérdida del miedo a infectarse dependen de la gravedad y no del número de casos, que continuarán ‘goteando’ hasta que haya una vacuna.

Otros determinantes de gravedad de COVID-19

La investigación de los pacientes que han desarrollado formas más graves de la infección por SARS-CoV-2 ha permitido identificar al menos 6 factores predictivos de gravedad.

  1. Edad avanzada. La mortalidad aumenta proporcionalmente con la edad y es superior al 20% en los pacientes con más de 80 años. En España, un 75% de los fallecidos tenía más de 75 años.
  2. Co-morbilidades. Más del 80% de los fallecidos tenían enfermedades crónicas, como diabetes, infartos, cirrosis, cáncer, obesidad, etc.
  3. Sexo masculino. Dos de cada 3 fallecidos eran varones.
  4. Genética. Las personas del grupo sanguíneo A o con genes mutados de la inmunidad innata desarrollan formas graves de COVID-19. De igual modo, las personas con síndrome de Down.
  5. Inmunidad cruzada con otros coronavirus. Las infecciones catarrales por otros coronavirus endémicos durante el invierno protegen de forma parcial frente al nuevo coronavirus.
  6. Inóculo viral. Las personas en contacto con infectados de forma estrecha y continua tuvieron un mayor riesgo de contagiarse y de padecer formas más graves. Aunque es algo intuitivo y está bien establecido para la gripe, apenas había datos para COVID-19. Esta información es importante, pues las actividades al aire libre reducen tanto el riesgo de contagio como el de padecer formas graves de COVID-19.

Prevenir formas graves en futuros rebrotes de COVID-19

De forma metafórica podemos decir que la trágica tormenta de marzo no volverá a ocurrir, pero habrá llovizna durante meses y hasta que haya una vacuna. Para prevenir el daño en futuros rebrotes de COVID-19 hay que trabajar al menos en 4 frentes: 1) mejorar el sistema sanitario; 2) proteger a los más vulnerables; 3) universalizar los tests diagnósticos para que puedan hacérselos todos y cuantas veces sea necesario; y 4) consolidar los buenos hábitos del distanciamiento social, utilizando mascarillas en lugares cerrados y con aglomeraciones.

Dice el refrán que “es de bien nacidos ser agradecidos”. Pues bien, hay que proteger a las poblaciones más vulnerables y, entre éstos, a nuestros ancianos. Hay que mejorar la atención de las residencias geriátricas, que es donde se han producido muchas de las defunciones por COVID-19.

Hay que facilitar y promover que el máximo número de personas se hagan tests de anticuerpos, para conocer cuantos se han expuesto y están protegidos, aunque sólo sea de forma parcial y transitoria. Así, en Madrid sabemos que cerca del 15% de la población se ha infectado y, aunque solo sea durante 1-2 años, están protegidos de la reinfección, como recientemente ha demostrado un estudio en macacos. Disponer de tests rápidos en saliva y de venta en farmacias, ayudará a que muchos se lo hagan y se lo puedan repetir, si hay sospecha de contagio.

Hay que salir, sin miedo y sin riesgo

Hemos de recuperar la actividad normal cuanto antes. Los daños de la falta de estimulación pueden ser muy importantes e irreversibles, sobre todo en niños y ancianos. De forma progresiva cada vez queda menos gente susceptible de infectarse y, sobre todo, el riesgo de padecer formas graves ya hemos dicho que ha caído mucho con el distanciamiento social. Las pocas personas que desarrollen neumonía u otras complicaciones de COVID-19 podrán ser bien atendidas en los hospitales. 

Por tanto, entramos en una nueva etapa de enfrentarnos a un COVID-19 más benigno, siempre y cuando afiancemos lo aprendido: distanciamiento social, aislamiento de sintomáticos y cuarentena de contactos, proteger a los más vulnerables, reforzar el sistema sanitario y habituarnos a las mascarillas en sitios cerrados con aglomeración de personas.

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