Si hay vacunas, no habrá 4ª ola de COVID-19

La vacunación frente al coronavirus del COVID-19 es una gran esperanza para poner fin a la pandemia. La sociedad lleva en suspense más de un año, ¡demasiado tiempo! El daño psicológico que supone el distanciamiento social y los confinamientos, junto a la crisis económica derivada de las restricciones de movilidad y de actividades presenciales, no tienen precedente.

Hemos superado la tercera ola de COVID-19, que ha seguido a las aglomeraciones familiares y festividades navideñas. Los tests rápidos de antígeno han permitido hacer diagnósticos más precoces. Por su parte, el mejor manejo terapéutico (con corticoides y, en menor grado, remdesivir) han contribuido a reducir la mortalidad (Griffin et al. AIDS Rev 2021Ngo et al.  Exp Opin Investig Drugs 2021). En cualquier caso, no más del 20% de la población se había infectado antes de Navidad –y eso sólo en grandes ciudades como Madrid- (Soriano et al. Int J Infect Dis 2021).

La buena noticia es que tenemos ya disponibles 4 vacunas frente al SARS-CoV-2. Todas se administran por vía intramuscular y han demostrado reducir el riesgo de padecer formas graves de COVID-19. Ninguna de ellas protege del contagio, de modo que los vacunados pueden replicar el coronavirus en las vías respiratorias altas (mucosa nasal, oral, faringe y tráquea) y, de este modo, pueden transmitir el virus a otros. Por tanto, los vacunados también deben llevar mascarilla. 

Hay diferencias entre las cuatro vacunas disponibles, tal como se recoge en la Tabla. La de AstraZeneca es la más barata, pero el intervalo entre dosis es el más prolongado (3 meses), de modo que retrasa la inmunización. La vacuna de Janssen sólo requiere una dosis y puede aportar un gran beneficio. Para ello, el gobierno debe asegurar la compra suficiente de unidades y organizar bien los puntos de dispensación. Aunque la vacunación debe extenderse a todos los adultos, son prioritarias las personas con más de 65 años, los obesos y los diabéticos. En éstos, la vacuna reduce el riesgo de hospitalización y muerte.

Aunque la infección por SARS-CoV-2 es autolimitada y en menos de 10 días los infectados dejan de ser contagiosos (Kadire et al. N Engl J Med 2021), el coronavirus ha evolucionado genéticamente desde su diseminación inicial en Wuhan hace un año. Han aparecido mutantes que se transmiten más y otras variantes que escapan a la inmunidad (Soriano & Fernández-Montero. AIDS Rev 2021). Era previsible que aparecieran estas mutantes de escape inmune a medida que más población se infectaba y desarrollaba inmunidad; y conforme aumenta el número de vacunados. Se aplica al SARS-CoV-2 aquello de ‘o mutas o no sobrevives’. Para reducir el riesgo de que el virus explore más alternativas y evolucione a formas más ‘resistentes’, es prioritario acelerar la vacunación (Callaway E. Nature 2021). Iniciativas como la del Colegio de Médicos de Madrid, que ha reclutado más de 300 voluntarios para vacunar, son ejemplares y deben ser seguidas por muchos otros colectivos.

Aunque esta Semana Santa continuaremos confinados, hemos de poner los medios para que el próximo verano la situación cambie a mejor. No tenemos antivirales, pero sí vacunas. Para incentivar la vacunación y los recelos por efectos secundarios, la Unión Europea está considerando implementar un pasaporte inmunitario. Solo los que se hayan vacunado tendrán acceso a determinadas actividades y prestaciones. De algún modo, es una medida que conjuga la libertad individual a la vez que protege la salud pública.